EL SEÑOR MUERTE

Autor: Luis Alberto Castro

–¡Camina, camina! –decía el señor muerte.

Ya estoy demasiado cansado. Mis pies heridos se han hecho llagas, no puedo más, cada paso que doy en esas piedras es como pisar carbón caliente que quema hasta mi alma y la envenena de odio. Cómo quisiera.

–¡Camina, camina maldito! –gritaba el señor muerte.

Ya las lágrimas rodando por mi cara reflejan mi debilidad y la oculto ante el señor muerte, son de odio, son de impotencia. Cómo quisiera.

–¡Camina, camina títere! –con un empujón se enaltecía el señor muerte.

El señor muerte se ufana de la ruina de sus asesinatos, presume de sus logros, del terror causado al derrotado, un psicópata que piensa tiene la razón. Me mira fijamente a los ojos como escarbando mi mente y mis pensamientos, sabe que lo odio y sé que me odia. Cómo quisiera tener nuevamente orgullo, llenarme de valentía en el último instante de la muerte, quisiera tener mi fusil y disparar y que su mirada se pierda en la lejanía del infierno.

–¡Camina! –

Aún recuerdo al señor muerte gritando.

CINCO MINUTOS

Autor: Luis Alberto Castro

Reflexioné sobre el tiempo, el tiempo está en todo: en la vida, porque tiene su tiempo; en la muerte, porque llegó a su tiempo; en la naturaleza; en lo que construye el hombre y lo que destruye. Todo está dentro del tiempo. Y dentro de ese tiempo están los segundos, los minutos, las horas y ¿Cuánto significa esos segundos, minutos, horas para una persona que tiene poco tiempo de vida? ¿Cuánto significa ese tiempo para alguien que está en el corredor de la muerte y está condenado a la misma? O ¿Qué significan esos segundos, minutos, horas para una persona que está en la cárcel y le faltan muchos años para ser libre?  

Me hice esta pregunta: ¿Qué significó el tiempo en mi secuestro, esos segundos, minutos y horas? La verdad no me importaba, tal vez porque estaba perdiendo la esperanza. La claridad era el día y la oscuridad era la noche. El tiempo no valía y a él no me aferré, ni al tiempo futuro porque era un camino pedregoso e incierto.

Y justo en ese momento vino a mí un instante de los últimos días de mi secuestro de aquel comandante guerrillero, nuestro carcelero, un personaje gordo, desgarbado, con su pelo desordenado y su bigote desalineado cuando se levantó de su cambuche y con su paso afanado y seguro se dirigió a nosotros, algo tenía en sus ojos, sabía que algo importante nos diría y con voz alta nos dijo: “serán liberados, tengo la lista, no todos se van, algunos se quedan”.

Quedé paralizado. No podía razonar. Él regresó a su cambuche, tomó unas hojas y un lapicero que sacó de una caja nueva, regresó a nosotros y se las entregó a mi Sargento Martínez y le dijo: “tiene cinco minutos para escribir una carta porque usted se queda”.

Qué irónica y cruel es la vida. Un lapicero nuevo, diez hojas y cinco minutos. Hay mucho que contar, pero poco es el tiempo ¿Qué se puede escribir en cinco minutos? ¿Cómo resumir mil doscientos setenta y seis días en cinco minutos? Se desgarró mi alma y se partió mi corazón en cinco minutos. Con su mano temblorosa me entregó su carta “aquí está mi tesoro -me dijo- dásela a mi familia”, perfeccioné su doblez y mientras pude mirar entre líneas que comenzaba con un “te quiero” me estremeció el grito del impío diciendo “no hay tiempo, Sargento Martínez” luego le colocó la soga al cuello y a los hombros. Sentí que algo se desprendía de mí, como si el letargo de la selva quedara con mi Sargento Martínez y se lo tragara, y sobrevino ese terrible presentimiento que años más tarde se cumplió: el de nunca más volver a mirarlo.

Dedicado a mi Sargento Libio José Martínez Estrada*.

*Secuestrado por las FARC-EP en la toma del Cerro de Patascoy el 21 de diciembre de 1997 y asesinado en cautiverio el 26 de noviembre de 2011.  

JACINTO EL LORO

Autor: Luis Alberto Castro

Jacinto, estás triste y cansado con tu cabeza abajo, pensativo, como si algo te hubieran arrancado. No veo el brillo en tus ojos, ese brillo que permite ver tu alma, miro el gris, ese gris que oscurece cuando la tormenta te alcanza ¿Qué te han quitado, mi viejo amigo? Pobre loro cansado, con tu ala rota pasas la vida sin poder volar. Pasan los días y hoy el viento te susurra: ¿Quieres volar? Extiendes tus alas, no importa si hay dolor o si hay peligro, solo es el momento de tu libertad. Adiós mi valiente amigo, aún se escucha tu canto, ese canto que se apagó un día con tu triste llanto.